Ciudades Secretas Mayas

Mucho se ha hablado de las ciudades perdidas, en donde, supuestamente, sus habitantes cuentan con una cultura más avanzada que cualquier nación de nuestro mundo conocido, pero de acuerdo a ciertos investigadores, no solamente en el Asia existen este tipo de ciudades, sino también se afirma de la existencia de ellas en nuestras provincias de México y de otras partes del continente americano.

Al respecto el investigador estadounidense L. Taylor Hansen, en su obra (Caminatas por las Américas) habla de un matrimonio que, hace varios años, sobrevolaba las selvas del sur de México en su avioneta particular, pero cuando pasaban por el estado de Yucatán, se vieron obligados a realizar un aterrizaje forzoso debido a la falta de gasolina de su aparato aéreo.

Después de haber tocado tierra, fue mayor su sorpresa al encontrarse ante una ciudad secreta Maya, que estaba perfectamente camuflada para resultar invisible desde el aire. Estos Mayas viven en todo su antiguo esplendor, completamente aislados del mundo exterior, de este mundo Occidental, y de acuerdo a los comentarios posteriores, esa sociedad Maya es descendiente directo de los Atlante Toltecas.

El matrimonio en mención, fue obligado a no dar a conocer el lugar de dicha ciudad secreta, pues después de haber permanecido por un determinado tiempo conviviendo en dicho lugar, regresaron a los Estados Unidos con una opinión muy elevada del nivel moral e intelectual de aquellos habitantes.

El antropólogo y escritor Andrew Tomás, en su obra «Los Secretos de la Atlántida», explica que el afamado arqueólogo estadounidense, J.L. Stephen, en sus estudios titulados

«Incidentes de viaje por América Central, Chiapas y Yucatán», menciona el relato de un sacerdote español que, en 1838- 1839, vio en las alturas de la cordillera de los Andes una gran ciudad extendida sobre una vasto espacio, con sus torres blancas que centelleaban al Sol.

La tradición afirma «que ningún hombre blanco ha podido penetrar jamás en esta ciudad; que sus habitantes hablan el idioma Maya y saben que los extranjeros invadieron su país; asesinan a todo hombre blanco que intente entrar en su territorio. No conocen la moneda, ni poseen ningún animal doméstico».

Los relatos referentes a seres superiores que habitaban en ciertas montañas se hallan difundidos por todos los continentes, El Monte Shasta, en California, ocupa un lugar predominante en la mitología de los nativos de esa región americana de la costa del noroeste del Pacífico.

En todos los mitos se hace referencia a tiempos antiguos en los que el jefe de los Espíritus celestes descendió con su familia sobre el Monte Shasta. Se habla igualmente en ellos de visitas realizadas a los Hombres celestes por los habitantes de la Tierra.

Estos mitos podrían relacionarse, con supuestos, acontecimientos del pasado: el Diluvio, el desembarco de aviadores o de astronautas y la construcción de refugios subterráneos en el interior de las montañas. Podrían existir todavía colonias establecidas entonces: no faltan testimonios en apoyo de esta hipótesis.

Cuando los buscadores de oro en California, en el siglo antepasado, se dieron relatos de que muchos de estos hombres, afirmaron haber visto misteriosos destellos luminosos por encima del Monte Shasta. A veces, se producían en tiempos despejados, por tanto, no podía, tratarse de relámpagos, menos de lámparas eléctricas, puesto que este adelanto aún no existía.

En 1932, el periodista Edward Lanser, escribió en Los Ángeles Times, que al entrevistar a varios habitantes del contorno del Monte Shasta, le comentaron que desde hacía varios años era conocida la existencia de una extraña comunidad que habitaba sobre la citada montaña o en el interior de ella.

Los entrevistados afirmaron que los habitantes de este fantasmal poblado son hombres blancos, de elevada estatura y de noble aspecto; son de espeso cabello, acostumbran llevar una cinta atada a la frente y se cubren con blancas vestiduras.

Los comerciantes que tuvieron contacto con ellos, afirmaron que estos hombres aparecían de vez en cuando en sus establecimientos para hacer compras. Pagaban siempre con pepitas de oro de un valor mucho mayor que el de las mercancías adquiridas.

Cuando estos hombres eran vistos en los bosques evitaban todo contacto, huyendo o desapareciendo en los aires. El misterio aumenta cuando, mucha gente, afirma haber observado la presencia de aeronaves en el territorio del Monte Shasta, aparatos que carecen de alas y que no producen ningún ruido; a veces, se zambullían en el Océano Pacífico y continuaba su viaje como barco o como submarino.

En México existen actualmente, al parecer, comunidades secretas del mismo tipo. En su obra «Misterios de la antigua América del Sur», Harold T. Wilkins, explica de un pueblo desconocido en ese país, cuyos habitantes intercambiaban mercancía con los habitantes de poblaciones de hoy, y aseguraban que procedían de una ciudad perdida en la jungla.

A lo largo y ancho del territorio mexicano se habla de túneles secretos que conducen a determinadas ciudades perdidas en donde existen hombres de mayor cultura que la nuestra; se habla de montañas que tienen alguna entrada secreta que conduce a esos misteriosos lugares.

Hace diez años, aproximadamente, cuando trabajaba en la agencia de noticias Lemus, tuve una plática con un oficial de la Policía Bancaria Industrial, de quien, lamentablemente, no recuerdo su nombre, que estaba como vigilante del edificio. Me comentó que es originario de Tlaxcala, México.

Por las noches cuando salía del trabajo y había oportunidad para platicar se acercaba a mí y le gustaba que le comentara sobre la grandeza histórica de nuestro México; eran pequeñas charlas de 10 a 15 minutos, aproximadamente. Pero en una ocasión me platicó un caso insólito ocurrido a su abuelo.

Me dijo: – Un día mi abuelo me confesó que cuando era joven y caminaba por la noche en una de las laderas del cerro de la Malinche, ubicado en Tlaxcala, vio una intensa luz que provenía del interior de una cueva. -Cuando se acercó a la cueva para cerciorarse, se dio cuenta que en la entrada había una mujer joven, bella y alta, y lucía un vestido muy elegante con adornos de oro y de diversas piedras preciosas. Aquella hermosa hembra, con mucha seguridad, le dijo que no tuviera miedo y si él quería, ella podía conducirlo a conocer una gran ciudad que estaba en el interior de aquella gruta.

El Policía agregó: – mi abuelo no aceptó la invitación y se retiró del lugar, luego de haber platicado un rato con aquella extraña mujer, quien le dijo llamarse Malinche, que la ciudad de dónde provenía, estaba debajo de la tierra y esa cueva era una de las entradas que conducían a ese lugar.

El uniformado luego de relatarme aquel caso insólito, me invitó a que lo acompañara un fin de semana a visitar a su abuelo, a quien ya le había platicado de mí y de mis pláticas históricas, y que él estaba dispuesto llevarme a conocer aquella cueva, invitación que quedó pendiente.

Pero volviendo al investigador Andrew Tomás, explica que, en las regiones septentrionales de América y Asia, han sido descubiertos, decenas de millares de Mamuts. Y, como únicamente se utilizaba para el comercio del marfil de mamuts de la mejor calidad, es evidente que todos los animales tuvieron que hallar una muerte súbita, pues los colmillos expuestos al aire se resecan y resultan inutilizables.

Por su parte, el profesor Frank C. Hibben, estima que sólo en América del Norte cuarenta millones de animales perecieron al final de la Era Glacial. Explica que era una muerte catastrófica que no perdonó a nadie. Agrega que las pruebas con el carbono 14 revelan que los restos humanos desaparecieron súbitamente del continente americano hace unos 10 mil 400 años.

Esto último podría explicarnos porque existen las ciudades secretas subterráneas y túneles misteriosos que conducen a esos lugares, pues lo único que puede causar una muerte súbita o rápida es la explosión nuclear o atómica y, la única causa explicable para construir ciudades subterráneas, sería para salvar la vida de miles o millones de seres humanos de la destrucción y radioactividad atómica, producto de una guerra nuclear.

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